“Que se atienda al que llora y al que sufre,La primera vez que escuché este canto fue en noviembre del año pasado en un evento de estudiantes universitarios aquí en Managua. Inmediatamente el canto me tocó de manera profunda porque siempre he sentido un llamado a los que sufren, a los olvidados del mundo…siempre he querido ser este tipo de instrumento en las manos de Dios, que muestra la paz, el amor, y la compasión de Jesús a los demás. Siempre he creído que una de las maneras más poderosas de mostrar el evangelio—las buenas nuevas—es a través del servicio hecho en humildad, o aun en secreto.
Y se busque al hermano en desamparo.
Que busquemos tu rostro cada día.
Y seamos instrumentos en tus manos.
Que tu palabra en mis labios siempre abunde,
y abra caminos de paz en mis hermanos,
Para aprender la humildad y mansedumbre
De Jesús el pastor de los humanos.”
-Citado del Canto de Los Líderes
Lo canté otra vez el julio pasado en México, acompañada por 100+ estudiantes y líderes del movimiento cristiano universitario a nivel regional, y otra vez la canción me impactó, pero por otra razón. Esta otra razón es que había estado en una lucha personal que realmente no me dejaba, que me distraía, que me llevaba muy lejos de pensar en hacer mucho por otras personas, porque vivía una realidad diaria que me consumía tanto que ni tenía espacio en la mente por otras cosas o personas.
Cantándola me hizo pensar mucho. Quería volver a ser esta persona más preocupada por otras que a mí misma. Quería dejar de ser tan egoísta. Pero a la vez me di cuenta que esto no iba a ser posible sin una sanación profunda de las heridas mías sufridas en los últimos meses, sin una reconciliación nueva con mi Dios, sin una conexión más real con El de lo que había tenido hace un buen rato.
Doy gracias a mi Señor que hace un mes, El puso alguien (de hecho, algunas personas) en mi camino que me han ayudado salir de la oscuridad y vergüenza donde vivía. Sin embargo, todavía sigo siendo una persona herida, una cisterna con rajaduras. Pero algo pequeño sucedió hoy que sirvió para recordarme que aun así, Dios quiere usarme.
Por la tarde, iba saliendo de la iglesia, buscando un taxi, cuando vi una anciana hablando con un taxista. Pronto el taxi salió y la dona quedó. Caminé rápido para tratar de alcanzarlo, pero se me fue. La doña, con ropa humilde y un mimbre para ayudarla estar de pie, me preguntó dónde iba. Le dije, y ella dijo que iba en el mismo camino; me pidió que le ayudara a encontrar un taxi. Se acercó otro taxi, y pedí el precio para nosotras dos. Pregunté a la doña si pudo pagar, y ella me dijo que no, que si le podría ayudar.
Sentí un nudo en mi garganta y le dije que sí. Ella me dijo, “Dios le bendiga”. Montamos en el taxi y fuimos a su casa, que estaba en medio de un sector muy pobre de la ciudad. Pero su cara feliz, la sonrisa con la cual salió la doña del taxi cuando llegamos era más que suficiente recompensa.
Quizás no fuera un gesto tan generoso, ni tan profundo en medio de todo el sufrimiento del mundo, pero por 20 minutos, mi mente dejó de pensar en mi pequeñas dificultades y se enfocó en lo que debe ser la vida de esta señora que ni podía regresar a su casa después de ir al hospital.
Ahora me pregunto, ¿cuánto más amor podría mostrar, cuantas más palabras de vida podría compartir, cuanto más podría ser un instrumento de Su paz, si dejara mis propias luchas más a menudo, si tuviera mis ojos más abiertos?
No comments:
Post a Comment